Fragmentos de un amor incompleto

Nunca creí que un simple boleto de tren pudiera contener un universo entero.

Me llamo Elisa y aquel día, en una estación poco transitada, dejé caer sin querer mi ticket mientras corría para no perder el vagón. Al agacharme apresuradamente, pude notar que otro pasajero—un hombre mayor llamado Daniel—lo había recogido.

Él me lo devolvió con una sonrisa tímida, pero noté en sus ojos un aire de melancolía inesperado. Conversamos brevemente durante el viaje, compartiendo retazos de nuestras vidas, como si el destino nos hubiese concedido un instante robado.

La conversación giró en torno a amores pasados, a decisiones tomadas y oportunidades perdidas. Daniel reveló que viajaba recordando a alguien que nunca pudo amar con libertad.

El sol se ocultaba cuando llegamos a la siguiente parada, y aunque no intercambiamos números ni promesas, sentí que esa conexión, efímera y silenciosa, desafiaba la lógica del tiempo.

En lugar de un encuentro feliz o una reconciliación, aquella historia quedó suspendida en el aire, un instante incompleto con un eco que persiste.

Desde entonces, cada vez que encuentro un boleto en el suelo, recuerdo que no todos los amores necesitan tiempo para definirse; algunos solo existen en fragmentos fugaces, recordándonos que la vida es, a veces, simplemente una serie de encuentros que no terminan de empezar.