El extraño supermercado

Por la mañana, Carmen decidió hacer la compra semanal en un supermercado nuevo que había abierto cerca de su casa. Era un lugar moderno, con luces blancas y estantes ordenados que parecían diseñados para facilitar la búsqueda.

Mientras caminaba entre los pasillos, Carmen notó que algo raro ocurría: no había etiquetas con precios en ningún producto. Al principio creyó que era un error, pero pronto se dio cuenta de que las cajas tampoco tenían lectores de código de barras.

En la fila para pagar, la confusión aumentó. Una empleada explicó que allí usaban una nueva tecnología que detectaba los artículos en el carrito automáticamente, pero el sistema parecía estar fallando. Varios clientes comenzaron a protestar porque no sabían cuánto iban a pagar.

Carmen, que siempre había preferido saber el costo antes de la compra, se sintió incómoda y decidió no llevar nada. Sin embargo, antes de irse, miró alrededor y observó a algunas personas que parecían aceptar la situación con filosofía, comprando con confianza sin números claros.

Salió del supermercado pensando en cómo la tecnología podía cambiar las experiencias comunes y en lo mucho que dependemos de la información para sentirnos seguros. No pudo evitar preguntarse si algún día podríamos confiar plenamente en sistemas que eliminan lo visible y tangible.

Esa misma tarde, Carmen optó por hacer compras en su tienda habitual, donde cada precio está marcado y cada producto se puede tocar, recordando que a veces la simplicidad tiene un valor difícil de reemplazar.