El último día de clases con sorpresa

Nunca pensé que el último día de clases podría ser tan extraño y al mismo tiempo tan revelador.

Soy Diego, un estudiante de último año en un instituto grande y moderno. Por años, los finales de curso eran momentos llenos de nervios y celebraciones, pero este año algo cambió inesperadamente.

La mañana empezó como cualquier otra: profesores preparando exámenes, estudiantes repasando y el murmullo constante de pasillos.

Sin embargo, antes de la primera clase, un anuncio por megafonía informó que por problemas técnicos no habría clases, pero sí una actividad sorpresa en el patio.

Intrigados, todos bajamos a ver qué sucedía. Para mi sorpresa, un grupo desconocido de artistas callejeros llegó con sus instrumentos y equipo, listos para ofrecer un espectáculo improvisado.

Durante dos horas, el instituto se transformó. Música, danza y teatro llenaron el espacio, y los estudiantes que normalmente solo hablaban en grupos pequeños esa mañana compartieron risas, aplausos y miradas curiosas.

Al final, el director explicó que el evento era un experimento para romper la rutina y fomentar la creatividad antes de los exámenes finales, sin embargo, el impacto fue más profundo. Algunos alumnos empezaron a cuestionar la presión constante de las notas, otros redescubrieron talentos ocultos.

Volví a casa con muchas preguntas, sin respuestas claras, pero con una sensación extraña de libertad y posibilidad.

Ese día no hubo libros, ni exámenes, ni tareas, sólo el recuerdo de que a veces, interrumpir la normalidad abre caminos inesperados que no siempre tienen final.

Quizás, después de todo, el último día de clases no siempre debe ser el cierre de todo, sino el principio de nuevas formas de pensar y sentir.