Una carta sin enviar

La lluvia suavemente golpeaba la ventana mientras Clara escribía una carta en su pequeño escritorio. Era difícil poner en palabras lo que sentía, y las palabras parecían escapar de su mente.

Clara nunca había hablado con Miguel directamente. Él era un vecino que veía de lejos cada mañana cuando salía a correr. Sin embargo, cada vez que lo veía, el corazón le latía más rápido.

Esa tarde decidió escribirle una carta con todas sus emociones, pero cuando terminó, dudó en enviarla. ¿Y si Miguel no sentía lo mismo? ¿Y si la carta cambiaba todo en lugar de ayudarla?

Pasaron los días y la carta seguía en su escritorio, sin ser enviada. Clara pensaba en qué respondería Miguel, aunque él todavía no sabía nada.

Un domingo, mientras caminaba por el parque, Clara vio a Miguel sentado en un banco, leyendo un libro. Respirando hondo, decidió acercarse y saludar.

Hablaron del clima, del barrio, y poco a poco, la conversación se volvió más cómoda. Clara no mencionó la carta, pero se sentía aliviada de haber hecho ese primer paso.

Sin una gran declaración de amor o promesas, simplemente disfrutaron del momento juntos. A veces, las palabras no escritas guardan secretos que solo el tiempo puede descubrir.

Clara volvió a casa con una sonrisa tranquila, sabiendo que algunas historias comienzan con pequeños pasos, sin prisa ni certezas.