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Cada mañana, Raúl veía un buzón rojo frente a su casa. No era un buzón común; siempre parecía tener algo interesante.
Un día, mientras caminaba rumbo al trabajo, notó que había una carta sin remitente dentro. La carta estaba dirigida a una mujer llamada Elena. Raúl sentía curiosidad porque nunca había visto a alguien con ese nombre en el barrio.
En la carta, alguien hablaba de recuerdos felices y de momentos especiales juntos. Raúl decidió dejar la carta en el buzón esperando que Elena la recibiera pronto.
Al día siguiente, encontró otra carta para Elena. Esta vez, la nota decía: “¿Estás bien? Espero que la vida te sonría”. Raúl pensó en ir a buscar a esta persona para entregarle las cartas.
Pasaron unos días y Raúl vio a una mujer joven frente al buzón. Tenía una sonrisa triste, y parecía buscar algo. Se acercó y le preguntó sobre las cartas. Elena le explicó que esa correspondencia era de su abuela, que había fallecido hace poco, y las cartas eran recuerdos compartidos para sentirse cerca.
Raúl y Elena hablaron un rato más sobre la importancia de las palabras y los recuerdos que guardamos. Elena le agradeció por cuidar de sus cartas, y esa simple acción hizo que ambos valoraran un poco más las pequeñas conexiones entre las personas.
La mañana siguiente, Raúl dejó una nota en el buzón para Elena: "Las palabras tienen fuerza, y tú también." Sin saber qué pasaría después, ambos sonrieron con ese mensaje tranquilo y abierto al futuro.
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