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Marina vivía en Madrid y cada tarde visitaba la misma cafetería del barrio, un lugar pequeño con aromas a café recién molido y pan dulce.
Una tarde, mientras esperaba su pedido, alguien dejó caer una carta entre las páginas de un libro que estaba leyendo. La carta tenía una letra delicada y hablaba de un amor imposible, de encuentros secretos y promesas nunca cumplidas.
Curiosa, Marina decidió buscar al autor de la carta, pero el detalle era que no había ningún nombre ni dirección, solo un número de teléfono antiguo.
Durante días pensó en llamar, pero algo la detenía. Finalmente, decidió marcar el número y del otro lado, una voz nostálgica respondió. Era Javier, un hombre que había perdido contacto con su amor hacía años.
Javier confesó que había escrito esa carta para una mujer a quien amaba profundamente, pero nunca tuvo valor para entregarla. La carta había quedado olvidada entre las páginas de un libro que solía leer en esa cafetería.
Marina y Javier comenzaron a intercambiar mensajes y llamadas, compartiendo historias de sus vidas y esa conexión inesperada que surgió por una carta olvidada.
El amor entre ellos no fue inmediato ni sencillo. Surgieron dudas y miedos, especialmente porque eran dos extraños unidos solo por un recuerdo y palabras escritas hace mucho tiempo.
Con el tiempo, decidieron encontrarse en la misma cafetería donde todo comenzó, para descubrir si esa chispa tardía podía transformarse en algo real.
El encuentro fue lleno de silencios incómodos, miradas tímidas pero también risas nerviosas. No todo era perfecto, pero había una sinceridad nueva que ninguna carta podría haber enseñado.
Marina no esperaba que una carta perdida le mostrara que el amor puede ser también un reencuentro con el pasado, con lo que quedó pendiente, y que a veces, lo más importante no es la perfección, sino la valentía de intentarlo una vez más.
La historia quedó abierta, sin promesas definitivas, pero con la certeza de que algunos encuentros, aunque inesperados, marcan el corazón de maneras irremplazables.
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