El día del examen inesperado

Nunca pensé que una clase de matemáticas pudiera convertirse en una aventura llena de nervios y risas.

Soy Raúl, estudiante de último curso en un instituto de ciudad media. Aquella mañana, el profesor anunció que habría un examen sorpresa para medir nuestra comprensión del tema sin avisar.

El aula se llenó de susurros y miradas preocupadas. Algunos compañeros tomaron aire y sacaron sus bolígrafos, pero otros, como yo, nos quedamos paralizados por la falta de preparación.

Mientras intentaba concentrarme en la primera pregunta, escuché un leve suspiro detrás de mí. Era Marta, quien siempre parecía segura, pero ahora fruncía el ceño y escribía con dificultad.

La máquina del tiempo se detuvo para todos menos para el profesor, que vigilaba con una sonrisa ligeramente burlona. Momentos antes del examen, alguien sugirió que hablara con él para pedir una extensión, pero Raúl decidió enfrentar la prueba con valentía, a pesar de la incertidumbre.

Al terminar, no estaba seguro de haber respondido correctamente, pero me sentí orgulloso por haber dado lo mejor sin quejarme o buscar ayudas.

Salí de la clase y me encontré con Marta en el pasillo; no hablamos de los resultados, sólo compartimos un silencio cómplice que fue suficiente.

En casa, repasé las preguntas y preparé un plan para estudiar mejor, porque aunque el día fue difícil, comprendí que enfrentar lo inesperado es parte del aprendizaje diario.

El miedo se transformó en una pequeña chispa de motivación que aún hoy me impulsa a no dejar nada para mañana.