La tarde silenciosa de Martín

Martín miró por la ventana mientras el cielo se tornaba gris. La ciudad estaba más tranquila de lo habitual, y en el parque cercano, apenas se escuchaba el susurro de las hojas movidas por el viento.

Decidió salir a caminar sin rumbo fijo, dejando que sus pasos lo condujeran por calles poco transitadas. Sin embargo, a mitad del paseo, notó algo peculiar: un banco vacío al sol, invitándolo a sentarse.

Allí, sin interrupciones ni ruidos, Martín se permitió respirar profundamente y pensar en lo que realmente deseaba. No eran respuestas rápidas ni soluciones inmediatas, sino una pausa sincera para entender el peso de sus días apresurados.

A su alrededor, la ciudad seguía moviéndose, la gente cruzaba con sus prisas habituales, pero él permanecía firme en ese instante de calma.

Esa tarde silenciosa no trajo cambios visibles ni encuentros especiales. Tan solo fue un momento donde la rutina se detuvo lo suficiente para que Martín descubriera que, a veces, la respuesta no está en hacer más, sino en simplemente ser.

Sin prisas, regresó a casa con una sensación desconocida: la tranquilidad de no tener que llenar el vacío con palabras, tareas o esperas. Un espacio abierto para que el silencio le enseñara lo que había olvidado escuchar.