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Cada tarde, Clara se sentaba en la misma cafetería cerca de su trabajo. No era por el café, sino por el pequeño buzón que había en la esquina.
Una tarde de otoño, Clara notó que había una carta dentro del buzón. No había nombre y la tinta parecía antigua.
Curiosa, decidió abrirla. La carta hablaba de un amor que nunca se olvidó, de palabras no dichas y de sueños compartidos.
Cada día, Clara encontraba una nueva carta en el buzón, cada una con una historia diferente relacionada con el amor y la esperanza.
Decidió responder a la última carta, sin firmar su nombre. No estaba segura de a quién se dirigía, pero sus palabras eran sinceras y dulces.
Pasaron las semanas, y un hombre llamado Marcos comenzó a dejar pequeñas notas en el buzón para Clara. Nunca se vieron, solo compartían palabras.
Una tarde, Marcos dejó una invitación: "Si quieres, ven a la cafetería a las cuatro. Nos conoceremos por primera vez."
Clara fue al lugar y se sentó, esperando. Miró a su alrededor, pensando en cómo unas simples cartas habían cambiado su rutina.
Marcos llegó y, sin palabras, le entregó una última carta. "El amor puede nacer de las cosas más simples. No necesitamos mucho para comenzar algo especial."
Aunque nunca hablaron aquel día, Clara y Marcos compartieron una sonrisa que decía más que mil palabras.
Al irse, Clara pensó que a veces el amor no necesita grandes gestos, solo tiempo, paciencia y un poco de magia entre notas y tazas de café.
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