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La lluvia comenzó temprano por la mañana y Ana no pudo salir con sus hermanos como había planeado.
En cambio, se quedaron todos en casa de sus abuelos en el campo. Mientras el agua golpeaba las ventanas, la familia buscó juegos para pasar el tiempo.
El abuelo sacó un tablero de ajedrez y enseñó a Ana y a su hermano pequeño cómo mover las piezas. Al principio, ellos no entendían muy bien, pero rápidamente se interesaron y querían jugar otra vez.
Mientras tanto, la abuela preparaba chocolate caliente y tostadas para todos. El aroma llenaba la casa y hacía que el día nublado fuera más cálido y agradable.
Después de varias partidas, Ana encontró un libro antiguo en la estantería y comenzó a leer en voz alta algunas historias divertidas y misteriosas de su familia.
Todos escuchaban con atención, sonriendo y recordando momentos pasados. La lluvia seguía cayendo, pero nadie se preocupaba por ella.
Esa tarde, sin plan ni prisas, Ana comprendió que no siempre es necesario salir para disfrutar con la familia. A veces, estar juntos en silencio o jugando puede ser el mejor momento del día.
Cuando la lluvia paró, salieron al jardín y vieron un arcoíris brillante. Ana pensó que ese día lluvioso había dejado un recuerdo especial en cada uno.
Al final, no importó que el día cambiara. En casa de los Díaz, la familia encontró alegría en las cosas simples y en el calor de estar juntos.
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